Una sociedad que todavía discrimina
Un chico con discapacidad exige atención individual
No hay forma de asegurar la recuperación y, sobre todo, la integración a la sociedad de los niños con discapacidades sensoriales o mentales si no se les brinda una atención personalizada, "uno por uno", según asegura la psicoanalista y docente especializada Susana Re. Aunque en este caso -como en otros- las estadísticas argentinas esconden más que lo que revelan, estima en un 10 por ciento del total de la población infantil y juvenil del país al segmento que tiene "necesidades especiales", un sector vulnerable frente a la discriminación, a pesar de los avances registrados en la cultura de la sociedad. La licenciada Re es también editora de la resista libro "Temas cruciales" y presidenta de la Fundación Infancias, que con el auspicio de la UNESCO organiza la Feria de Artes y Ciencias de la Educación Especial en cada aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño.
No hay que ir muy lejos en la historia para encontrar trazos gruesos
de culpa y vergüenza de la sociedad en el tratamiento de los
niños hoy llamados de "necesidades especiales".
¿Cuánto cambió la cultura
argentina en la aceptación de esta realidad?
-Parecía que el chico avergonzaba a la familia. Creo que
el avance de la ciencia y del estudio de estas patologías
contribuyó a desmitificar la realidad. Ha habido movimientos
mundiales -la antipsiquiatría en Italia es un ejemplo- que
abrieron la problemática hacia la comunidad, ayudando a comprender
que la integración de estas personas especiales mejoraba
la vida no sólo del damnificado, del discapacitado, sino
que enriquecía al resto de la sociedad. Antiguamente, los
primeros en aparecer como instituciones que pudieran dar cuenta
de estas diferencias eran los que trabajaban con sensoriales: los
hipoacúsicos, los sordos; y los visuales, los ciegos o de
visión disminuida. En la Argentina, hacia 1902 se creó
la primera asociación que núcleo a los que se preocupaban
por las discapaddades mentales.
¿A qué contribuye esta
evolución y en qué medida es, o no, suficiente?
Nunca es enteramente suficiente,
pero ha sido mucha, aunque desigual, según las patologías.
Para los visuales, el mismo proceso había arrancado en el
siglo XIX. Antes, esta población era atentida "en el
fondo de la casa", en el cuarto escondido o en el altillo.
Las nuevas instituciones que se iniciaron con los sensoriales lo
hicieron pensando ya en integrarlos de alguna forma a la sociedad.
Hay una diferencia entre las patologías sensoriales puras
-sordera, ceguera- y las discapacidades mentales. En las primeras,
donde la cuestión mental está salvaguardada, los pacientes
pueden tener una integración plena a lo social.
¿Cómo
se expresa en la integración esta diferencia entre patologías?
-Las sensoriales no son determinantes para la restricción
laboral. En los bancos, por ejemplo, algo que en este momento está
muy en práctica es incorporar cajeros sordos, porque la concentración
es muchísimo mayor que la de un oyente. Pero aun en el caso
de los pacientes con discapacidades mentales -que es mi área
de experiencia- el enriquecimiento que se produjo en el conocimiento
de los profesionales nos permite casi ponernos en la piel del que
tiene esta dificultad. Como con esta problemática nunca somos
totalmente conscientes de lo que significa hasta que no se presenta
en nuestra realidad, la tarea de los profesionales hoy es tanto
la atención del paciente como la sensibilización de
la sociedad en general, hacer comprender que a todos nos puede pasar.
No debe ser fácil,
porque la defensa más simple contra la angustia es creer
que nunca nos va a pasar.
-Es cierto. Como la muerte, la discapacidad, para el que no la padece,
es algo que siempre les pasa a los demás.
¿En qué
medida subsisten hoy la culpa y la vergüenza?
-Aunque se haya evolucionado mucho, uno encuentra rastros con frecuencia
en los padres de los chicos con necesidades especiales. Es que si
uno rastrea -hablo aquí de los mentales- en las historias
familiares casi siempre va a encontrar hitos que denunciaban la
posibilidad de la enfermedad. En la capacidad para advertir esos
indicios intervienen muchos factores, desde el deseo de la madre
de tener ese hijo, hasta las alternativas de la gestación.
Esto genera culpa y aun el rechazo posterior o la negación
del problema. Además, la situación más frecuente
es que esos padres tengan otros hijos sin problemas. Esto va generando
una situación especial en la subjetividad de la mamá
y el papá en relación con ese hijo.
¿Se puede volver
ese chico con necesidades especiales el chivo expiatorio de los
males familiares?
-Nunca se puede generalizar en esto. Por eso siempre nos remitimos
a la historia personal, a la historia familiar, a lo que esa madre
dice de ese hijo. No todas las madres dicen lo mismo. Así
como está el caso del deseo de no tenerlo, o aun en los casos
de mayor rechazo, uno no sabe a priori si es por pánico de
los padres, por incapacidades personales. Siempre hay que buscar
en la individualidad para poder determinar en cada caso qué
fue lo que pasó.
¿Qué
porcentaje de la población argentina infantojuvenil tiene
hoy necesidades especiales o presenta disminución de capacidades?
-Hablar de estadísticas es muy relativo. En las áreas
urbanas esto está mucho más cuantificado porque los
casos pertenecen a instituciones. Pero en las áreas suburbanas
y rurales estos chicos no tienen atención, con lo cual siempre
hay un porcentaje que escapa a la estadística nacional. En
términos globales, entre un cinco y un diez por ciento de
la población sufre algún tipo de necesidad especial.
Me refiero no solamente a las discapacidades que afectan el rendimiento
de la escolaridad regular, sino también a discapacidades
del habla, la audición, la visión.
En las formas de discapacidad,
¿hay diferencia en las posibilidades de padecer discriminación
dentro y fuera de la familia?
-En el tema de la discriminación nos queda un largo tramo
por recorrer. Parece que siempre el distinto va a ser discriminado
por serlo. Las culturas resaltan el tema de la diferencia y no sólo
en materia de salud versus enfermedad; en las diferencias de ideas,
la gente sigue marcando al judío, al cristiano, al peronista
o al radical. Esto genera cierto resquemor en el resto de la sociedad,
que se siente tranquila con lo que "homogéneamente se
considera como homogéneo", aunque tampoco sea así.
Esto lo he visto aun antes de trabajar en el área de las
necesidades especiales. Trabajé muchos años en docencia
regular; fui maestra de enseñanza común en escuelas
y asistente educacional en barrios muy humildes. Allí empieza
mi experiencia en la discriminación y en la exclusión.
Me parece que en esta sociedad no es preciso tener discapacidades,
sensoriales o mentales para ser víctima de la discriminación.
El costo de la marginacion
¿Cómo
es el saldo de esa experiencia en enseñanza común
en la pobreza?
-Trabajaba en gabinetes -estoy hablando de la década del
80- en la provincia de Buenos Aires, en un barrio de La Matanza,
y allí empecé a ver el tema de la exclusión
social y cómo se entrevera con la educación. Hasta
mi función era de competencia confusa. Como asistente educacional,
uno nunca tenía muy en claro cuáles eran sus funciones.
Era la asistente social, pero también la que proveía
alimentos, útiles escolares, lo que viniera. En los papeles
mi función era hacer un diagnóstico de los alumnos
y determinar qué escuela le correspondía al chico
que era repetidor crónico. En Buenos Aires había escuelas
diferenciales, pero la población de esas instituciones era
de chicos con mucha mayor problemática en lo social y en
lo orgánico que en lo neurológico.
¿Los efectos
de la pobreza?
-Sí. Estaban marginados porque estos chicos jamás
iban a acceder a una real igualdad de oportunidades. Era casi imposible
planificar una atención diferenciada para cada caso, ya fuera
que se tratara de un paciente con deficiencia profunda o de chicos
que -con una buena atención- eran claramente recuperables.
En cualquier caso "necesidades especiales" -y de esto
no siempre nos damos cuenta- implica una demanda de atención
uno por uno. A menos que uno renuncie al objetivo de integrarlos
a a la sociedad.
Uno por uno suena a
utopía. ¿Cómo es posible hacerlo en la educación
especial si aun en la enseñanza común pública
ese trato parece improbable?
-Los que trabajamos en educación especial estamos preparados
para ese uno por uno. Trabajamos para eso. Y el que no lo hace está
trabajando mal. Porque no hay forma de recuperar a un grupo de 20,
30 alumnos; no hay forma de recuperación si uno no lo piensa
de manera individual. Yo recibo permanentemente casos que no tienen
diagnóstico preciso. Chicos que vienen, por ejemplo, con
diagnóstico de autismo, o de psicosis, y que uno, investigando,
asesorándose, armando un equipo multidisdplinario -psicoanalista,
psicopedagoga, fonoaudióloga, psicomotricista- determina:
¿es esto autismo? Tiene identificación con el padre.
No es un autismo. Un caso que recuerdo: una nena que vino con diagnóstico
de psicosis y que a los padres les decían que nunca iba a
poder leer y escribir. Empezamos, con la fonoaudióloga, a
hacer un fonoaudio, porque la nena no hablaba; y por ende no escribía,
no podía alfabetizarse. Pudimos detectar que era hipoacúsica.
Se le dieron las herramientas necesarias y pasó a la escuela
común. Por estas razones es incorrecto hablar de discapacidades.
En un gran porcentaje se trata de casos de capacidad casi completa
de vivir vidas perfectamente normales con la ayuda adecuada.
¿Cómo
es, aquí en la Argentina, la calidad de la preparación
de los profesionales que trabajan en esta clase de educación?
-Buena en un gran porcentaje, pero sería justo reconocer
que no todos están bien preparados. Unos, por deterministas
u organicistas, carecen de la apertura suficiente para comprender
que en esta área dos más dos no son necesariamente
cuatro. No hay blanco y negro: hay grises. En otros casos, las bajas
remuneraciones y el trabajo intensivo hacen que pocos puedan perfeccionarse,
seguir cursos, estar al día con un campo en el que los desarrollos
nuevos son permanentes.
¿Cómo lidian ustedes -sobre
todo en los casos mentales mas agudos- con la angustia o negación
de los padres?
-La angustia de los padres -la incertidumbre sobre el futuro de
esos chicos cuando eUos ya no estén- es uno de los problemas
más intensos que enfrentamos. En ese punto, cuando el papá
no puede hacerse plenamente cargo de la realidad yo responsabilizo
al Estado.
¿Por qué?
-Porque cuando el padre no puede o cree que no puede, tiene que
haber alguien en nuestro sistema social que se haga cargo de esto
y que pueda implementar los medios necesarios para que el chico
no sea abandonado. No olvidemos que nuestro país tiene mucho
trecho para recorrer en este tema, y que la salud y la educación
no son áreas privilegiadas en la acción estatal. Hay
cierta tendencia positiva en el campo de las necesidades especiales;
la Superintendencia de Salud está dando ahora subsidios a
las obras sociales para sostener su reconocimiento de estos casos
en sus nomencladores. Hay legislación del año pasado
que compete a todo lo que es el sistema de obras sociales. Pero
aun así hay obras sociales que no están afectadas
por esta ley y van retirando los subsidios; por ejemplo, la de la
Policía Federal, que corta los subsidios a los 12 años,
justo la edad en la que -en el caso de un niño con necesidades
especiales- recién empieza el esfuerzo para ayudarlo. El
mercado no genera hoy lugares de trabajo para nadie. Para los discapacitados,
menos. ¿Quién puede velar por ellos sino el Estado?
Por
Oscar Raul Cardoso
De la redacción Clarín
Copyright Clarín, 2000.
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